04/11/2019
"La trinchera infinita" es una de esas pelÃculas desgarradoras que te sume en una tristeza infinita. No te puedes imaginar que un "rojo", un ser humano pongamos por ejemplo, pueda pasarse 30 años metido en su hogar, enterrado bajo la puerta de un armario donde otra vida transita, ese silencio inmerso en la oscuridad, esos pequeños objetos, libros y toda esa paciencia que el temor y el miedo aspira a convertir en
un acto de mera supervivencia.
Duro film, donde los claroscuros te arrastran por tus propias sombras, te rodea ese tiempo, esa maldición donde España se convirtió en una
contienda fratricida, entre hermanos, algunos tan sacados de sus casillas, tan monstruosos como ese
fascismo, esa enfermedad del corazón y la justicia, ese credo retorcido por encontrar siempre un modo de vengar sangrientos recuerdos, latentes heridas, un modo de perderte en esa telaraña que teje el odio y la soberbia.
Antonio de la Torre, magistral en su interpretación de "Higinio", sabe bien que su vida pende de un hilo en la luz y se condena al abismo de la oscuridad, al destierro en vida con tal de respirar un aire rancio y vegetativo capaz de llenar sus pulmones de una burbuja futura de oxÃgeno, esperanzadora.
Pero el tiempo recrea sus hilos con los asuntos que la incertidumbre prodiga y lo que pudo ser inicialmente tan solo un deseo de escapar, una vejación transitoria, se convierte en
una cárcel férrea del corazón.
El tiempo hace el resto.
Los personajes envejecen sometidos ya por ese riguroso discurrir de los años, cambian las calles, el adoquinado, el progreso avanza, tus recuerdos enlatados en fotos antiguas, no vividas, como ecos de un sueño que parece tuyo pero que entre tus manos se esfumó.
Belén Cuesta, excepcional, "la Rosa" lo da todo por él. Su capacidad de entrega ilimitada es
la máxima expresión de quién ama sin preguntar ni pedir respuestas.
De tan solo pensar que esa España fue vivida por personas como perros enjaulados frente a un amo que reprenderÃa cualquier acto de desobediencia contraria a sus ideas y propósitos, solo con esa miseria y podredumbre vital deberÃamos
despejar esas nubes negras que se aproximan.
Percibes durante
"La trinchera infinita" que la tormenta se apacigua , que un cierto discurrir de aguas vuelve a sus cauces pero hay un eco que te enfrenta al disparo silenciado en la sien, a la tortura, al terror sumergido bajo el asiento del sillón.
Las cosas pasan.
Y esas cosas son terribles, execrables.
El machismo de la época, el fascista obcecado en dinamitar su vida en la persecución de ese "rojo" y sus agravios, esa hipocresÃa de sentir al vecino como un diablo entre tus cortinas, esa Europa cosida a base de bandazos intolerantes, de supremacÃa, la lucha por la redención, por liberarnos de esas ataduras, forman parte también de esta excelente cinta que nos deja la representación histórica de unos hechos pero, sobre todo, nos invita a tomar conciencia de episodios quizás olvidados, a descubrirnos en la mirada de estos dÃas donde hay tantos empeñados en agitar los sÃmbolos, en provocar fracturas, en desencadenar una ideologÃa que, a priori, parecÃamos haber superado tras nuestra transición y posterior democracia.
Aprendamos pues que el camino más legÃtimo es acercarnos a nosotros mismos desde
el orden y el respeto a las normas y que las pautas de convivencia exigen de un claro compromiso de toda la ciudadanÃa por valorar lo que hemos construido hasta hoy.
Sin duda no es perfecto y debemos enfrentar el reto de perseguir un sueño común desde el diálogo y con un espÃritu abierto, tolerante y negociador.
O mañana cualquiera de nosotros podrÃa ser un nuevo "topo" en plena discordia.