04/10/2022
No podÃa ser de otra manera:
"El infinito en un junco" es un libro que reafirma el amor hacia los libros, su origen, tradición, las innumerables personas en silencio que cosieron sus historias, lo que somos, ese rellano de la memoria que nos vincula a un mundo ya pasado y a unos sueños, porque siempre soñamos sea cual fuere la naturaleza de nuestro tiempo.
Me pica la piel de la salitre de esos barcos que emprendieron su búsqueda, del polvo de los caminos con caminantes y ladrones, de emboscadas y puños en alto, de comitivas que nunca llegaron, de la arena ardiente del desierto. Siento las párpados cansados entre signos que fueron acercándonos y el eco lejano de esas voces que fueron antes canto que lectura.
El infinito en un junco es un libro histórico que trasciende la llama de lo vivo, de lo que perdura con asombro a través de los siglos.
Su autora,
Irene Vallejo es, sin duda, investigadora y arrastra con ella un alud de conocimientos que despliega con naturalidad, entretejiendo conexiones cinematográficas, curiosas anécdotas, ensoñaciones y motivaciones que alumbraron el curso de la Humanidad.
No todo es lo que parece. Su narración nos invita a la
reflexión, a manejar ciertas contradicciones con criterio, a poner en última instancia el punto con juicio crÃtico, sin dogmas, con oficio de quien se sabe ávida lectora y busca la luz donde la sombra horada el perfil de lo oculto.
El sueño de Alejandro, la influencia de Platón o Aristóteles, las bibliotecas o los pergaminos, la difÃcil tarea de recordarnos y no olvidarnos, de dar siempre paso a un nuevo tiempo, AlejandrÃa y sus reyes, la ventura de sentirnos parte de ese oficio, la Grecia luminosa, la sabidurÃa de aquellos siglos, el conquistador conquistado por el resplandor de ese mundo.
Estamos continuamente en un proceso de cambio donde los objetos se transforman pero
las ideas de siempre siguen su curso inquebrantable, sustrato de nuestra forma de entender los mecanismos de nuestra convivencia, la constitución de nuestras sociedades y sus interacciones.
DeberÃamos estar agradecidos porque Roma asumiera su papel de multicopista antes de la imprenta, de la labor renaciente de los monasterios, de cada voz rescatada desde los fondos arqueológicos, de esas mujeres que nunca contaron pero que fueron revulsivo de su tiempo, otra velocidad, de la inolvidable Safo o Ptolomeo, de los largos viajes, de cada escriba o cada uno de esos nichos o estantes cuidados con esmero.
Dichosos de la evolución por conservar
el testimonio de un nosotros a pesar de la humedad, los insectos y el fuego.
Dichosos por ser, gracias a tantos, lo que somos, a pesar del odio y la venganza, a pesar de las tempestades y los malos tiempos, la voracidad de genocidas y el arbitrio del poder.
Hasta no hace mucho éramos unos analfabetos.
Hoy tenemos un cordón umbilical que nos une al centro del Universo.
Leer este libro, ya tan leÃdo y traducido a tantos idiomas,
te dará la conciencia de ese ser en el tiempo y una deuda infinita que jamás pagaremos.
He disfrutado con este libro siendo hermano del esclavo y del general en la batalla, del vendedor ambulante y su mirada redentora, del filósofo y del poeta, de cada referencia literaria y la extinta Pompeya pero también, y muy especialmente, con todos esos desconocidos, esos antiguos que con sudor y lágrimas protegieron el legado siempre frágil de nuestra existencia.