13/05/2022
He terminado de ver
Ozark. Anhelaba que llegara su
cuarta temporada y se me ha ido en un soplo, en un soplo de adrenalina contenida, en un fastuoso carrusel de emociones y temiendo, cómo no, la ingrata desaparición de algunos de sus personajes. Porque esto de ver series de calidad, cuidadas por el rigor de los acontecimientos y por una trama que puede desbocar en cualquier gallinero sin salida te mantiene sujeto al sillón, encadenado al sofá como si los minutos fueran gotas de agua que discurren al momento.
La familia
Byrde ha pasado por muchas vicisitudes, continúa la laboriosa y sorprendente partida de ajedrez donde cada movimiento muestra la experiencia adquirida, táctica e inteligencia, previsión y el sometimiento a ciertas realidades inexcusables (fuerzas de poder, traición, violencia, etc.) que ejercen una influencia incontestable en los personajes.
Hay un
proceso de maduración que impele las circunstancias, como si los hechos fueran a una velocidad vertiginosa que no permite al pensamiento situarte, sacarte de ese descoloque que representa una nueva realidad apenas constante, ineludible.
Wendy es una mujer fría, calculadora, está un paso por delante de los demás. Lleva los riesgos hasta la extenuación, su ambición es ilimitada aun soportando en el filo del alambre que una bala descalabre su juicio. Es consciente de ello, no se amilana ante el peligro, por sofocante que sea el fuego, por profundo que sea el abismo. Sólo su condición de madre la apresa, la apuntala, el deseo natural de no perder a sus hijos. A ningún precio.
Marty asume su derrota emocional. Wendy es mucha Wendy y su amor por ella, pese a sus desquites, encontronazos, sus decisiones unilaterales, etc. ha entendido que la dialéctica es incapaz de controlar el sesgo criminal de su mujer. Marty es inteligente, ordenado, preciso, piensa antes de hablar, respira antes de actuar. Sus únicos puñetazos son el reflejo de un hombre al límite que desestima la violencia y en cuya sombra no se reconoce. Siempre cree que la Razón tiene una oportunidad, que las fuerzas pueden someterse a un equilibrio neutral, que se puede vivir en el atolladero saliendo de las provocaciones, no entrando al trapo de cavar su propia tumba.
Sus hijos van creciendo y asumen sus roles. El abuelo es un lobo vestido de cordero, un tipo corriente que malgastó su vida contando verdades a medias y maltratando a su familia. La religión no puede salvar a quién solo busca una venganza personal, intransferible. Su bondad está llena de burbujas de alcohol, su redención es tan falsa como la querencia a sus nietos.
Y lo que más siento, es
la muerte de Ruth, esa chica menuda, superviviente. La vida no le sonrió nunca, tuvo que tragarse a pecho y espalda cada amargura, cada hachazo. En pleno proceso de reconciliación de la familia Byrde, el asesinato de Ruth produce un desconsuelo irreparable. Las personas que han sufrido tanto desgaste desde la cuna, que se lo curran cada día, merecen más, una sacudida de aliento, un vivir en paz al margen de tanta violencia. Ruth es bella, su carácter imprime valor a una serie que se desgañita en la lucha de poderes, es el otro ser, quien no codicia ni ultraja, natural y sencilla. Vi caer con ella sus amaneceres y toda su sed de justicia, sus latas de cerveza, su lenguaje malsonante, sus sueños hechos trapos a la intemperie.
Sólo quería salvarse a sí misma. Esa “paleta” enternece el corazón porque su lucha estaba en desigualdad y su coraje y dignidad supera hasta su propia expectativa.
El último disparo es la confirmación de una transformación. Los Byrde no son tan inocentes, la sangre también manchan sus manos.
Lo que ayer pudo haber parecido una defensa a ultranza de la familia se ha convertido en una transgresión del individuo cuya ética es ajena al sufrimiento humano, si es necesario.