21/01/2022
Tratado del no sé qué es un libro que, aunque procura escribirse desde la desafección filosófica, se desprende en el autor su conocimiento del pensamiento filosófico ya que difÃcilmente es totalmente excluyente
una reflexión sobre Dios, el Amor, el Mundo, nuestra relación con las ideas y nuestros propios sentidos sin caer en la tentación de ese ávido conocimiento.
Aún asÃ, entiendo que
José Mateos consigue su objetivo, escribir desde fuera de la filosofÃa atendiendo a su experiencia personal y tratar esa diversidad temática unificadora que siempre ha sido objeto de reflexión e inquietud en el pensamiento y la Historia del hombre. Algo que podrÃa llamarse Dios o sus conocidas variantes, las relaciones entre ese misterio tan vilipendiado y manoseado y la propia construcción de la Historia y nuestra existencia.
El enigma, el misterio, al fin y al cabo, que todo hombre ha discernido , al menos, en un instante y cuya respuesta ha sido el vacÃo que es antesala de su fundamento.
Dios existe porque ha sido capaz de alcanzar una verdad mucho más alta que cualquiera de nosotros, una verdad que trasciende al individuo y le facilita un hueco en este Mundo. Lo que el autor llama la
Gran Oscuridad es ese misterio que nos rodea, que late y nos encomienda a la pregunta, la desazón de encontrarnos ante el atropello de nuestros impulsos cuyo papel en la Historia del hombre es transgresora, violenta.
La
filosofÃa, según Mateos, sólo nos ha permitido conceptualizar y poner orden en ese miedo y asombro absoluto que nos acompaña.
Cualquier estructura de poder se cimenta en normas y leyes que rigen la convivencia y la
religión es siempre el antÃdoto para acallar las voces que nos insisten en su revelación.
No estamos llamados a tejer nuestra existencia en ideas o conceptos remarcados por nuestro determinismo o tradición, estamos en continuo movimiento y nuestra llamada, si existe, estará orientada a un proceso difÃcilmente asumible pero
cuyas frágiles respuestas reconfortan nuestra sed.
Lo mejor de nosotros mismos proviene de
ese pensamiento humilde y purificador que emana de la religión. ¿Acaso se puede vivir sin fe?
El hombre ha creÃdo y cree en su afán por controlar y ordenar todo cuanto le es conocido, que ello le otorga una supremacÃa en la complejidad de ese misterio y en su acercamiento a éste, pero sólo ha conseguido recorrer una distancia mÃnima ante la plenitud de la incógnita.
"El hombre es esencialmente un negador de Dios"
El debate entre
Fe y Razón es ampliamente conocido pero el conocimiento de Dios, su cercanÃa, sólo se adquiere desde la distancia y la desnudez, desde la pureza de quien se entrega sin esperar nada a cambio. Dios es, por tanto,
amor exponencial alejado de cualquier atisbo de interés o querencia de nuestra cotidianidad. Del animal social que somos al espÃritu ininteligible que seremos, una condensación que tiene más que ver con el brillo o la fugacidad de una estrella que en nuestros vetos con el Mundo.
Los malos tiempos siempre han arruinado al hombre y la falta de fe lo promueve hacia el abismo, la
locura y una brutalidad manifiesta. No hay daño reparable pero sà toma de conciencia y eso ya es un buen paso para nuestra liberación.
Esa
libertad es el fondo de una cuestión única que se encuentra en Dios, en su búsqueda. Pero esa omnipotencia que buscamos sólo es el reflejo de nuestra debilidad, de nuestras minucias esparcidas por el Mundo. Ese Dios no asiente ante nuestra incredulidad, es rebelde y persistente a nuestros ridÃculos embates:
"no hay forma de escapar de Él".
En nuestra extrañeza somos proclives a Dios y su encuentro es posible desligándonos de toda sutura mundana, recopilando la belleza de nuestro alrededor, desnudándonos.
La mera existencia es un recoveco de tiempo mal usado. Tan sólo el
Amor nos proteje de nuestra propia extrañeza y da sentido al rumbo inusitado de nuestras incertidumbres.
Y siempre el vacÃo, la duda, las múltiples preguntas sin respuestas: quizás esa sea
nuestra más cercana certeza, el hondo silencio que sentimos y que palpita en nuestro interior ("Entre Dios y el hombre sólo hay un lenguaje común: el silencio").
Por último,
José Mateos, añade a su excelente ensayo cómo el
perdón aniquila nuestras diferencias, es fuente de concordia y unión.
La promesa de un mundo mejor sólo es alcanzable desde la aceptación de nuestras ruinas y alejando la venganza de nuestros corazones. La violencia sólo genera violencia, es una forma de poder que se instala y nos gobierna, nos ciega, El futuro existe si afrontamos la verdad de ser en una única apuesta real y solidaria.
El perdón de Dios rompe la Historia, la sepulta. Y si alguien aspira a un nuevo tiempo, sin asfixia, renovado y probablemente eterno estará siempre sujeto a esa capacidad de amar y perdonarnos.