11/11/2021
Apagón o no, lo que parece evidente es que existen dos corrientes muy definidas:
los precursores del miedo, los que intentan desestabilizar el escaso equilibrio que mantenemos, ahora que todo parecÃa arrancar no sin precauciones y con un cierto tono pesimista u optimista según se mire.
Y, por otro lado, a los que creen a pies juntillas que el mundo es una debacle, que igual que el Covid nos encerró en casa durante meses, ahora comeremos latas de sardinas y nos bañaremos, el que tenga, con el agua del pozo. Algunos ni siquiera vaciaran el agua de sus piscinas para echarla al váter de nuestros excrementos.
Y asà andamos con la incertidumbre siempre precisa de un futuro que cada dÃa nos parece más distópico. Reservar un viaje, por ejemplo, al Reino Unido, proyectar tu vida dos segundos más allá de este instante parece estar condenado al arbitraje de no se sabe bien qué mano. O, al menos, eso nos intentan hacer creer.
No desearÃa hacer una lectura conspiranoica del
gran apagón aunque los austrÃacos tengan una dudosa infalibilidad en sus oráculos (Covid-19 anda por allá desatado). Todo lo contrario,
soy de los que intentan apuntalar sus ideas con argumentos.
Sin embargo, esto cada vez resulta más complicado. Entre extremos anda la guerra de guerrillas, los enfrentamientos, medios de izquierda y de derecha se reparten share en las televisiones y las redes son un hervidero de las corrientes mencionadas, aunque esto también dependa de tus fans, seguidores y los algoritmos que declinan las balanzas de tus intereses.
En fin, un mundo donde quizás sea más fácil encontrar una aguja en un pajar que una noticia objetiva, sin mácula.
La desinformación o la falta de información veraz, concluyente genera siempre un estadio de incomprensión pero también de miedo, de apatÃa, en algunos casos de rebeldÃa frente a lo establecido pero, por lo general, es como si te apostaras como un centinela en tu garita a ver quien suelta el primer cañonazo.
El poder sabe muy bien cómo eludir lo relevante con cortinas de humo, cómo aparentar sin ser visto, cómo encajar cada golpe como si el ring no tuviera un conteo del tiempo.
Ellos saben qué medidas tienen que tomar, con independencia del signo, para dirigir sus naves hacia sus territorios. Todo lo demás forma parte de un decorado al que se alumbra o deslumbra según sea la fuerza del viento o cómo la marejada influye en las futuras urnas.
Todos tendremos nuestras opiniones pero me inclino a pensar que existe un
claro adoctrinamiento a extinguir el pensamiento, la relevancia del ser sobre lo superfluo y que a golpe de fakes, mentiras, infundios y sin apenas razonamiento crÃtico se nos tambalea el pulso y el apetito por vivir. (No en vano, las Humanidades están siendo calumniadas en los programas de estudio y se editan miles de libros destinados al entretenimiento, a la vendetta del clásico como si la Historia no formara parte de nuestro engranaje vital y quisiéramos inventar un nuevo mundo sin memoria, borrando lo imborrable, tachando cuanto menos los hechos o sacando versiones inauditas de la realidad).
No es tarea fácil, pero debemos salir de nuestras zonas de confort, de nuestros espejismos para estar más cerca de la realidad y no vivir una mentira con luces de artificio y cisnes de plástico.
Pero esa realidad no puede ser única e indivisible. Es una realidad que debe ser compartida por todos y posiblemente tengamos que desligarnos de esa parte de nuestro equipaje que pesa y que no contribuye a casi nada.
La lectura de los agradecidos sobre los desagradecidos, la observancia del buen hacer sobre el egoÃsmo, la partitura de la razón sobre el irracionalismo, la tempestad del amor sobre las fisuras del rencor y el odio, la conciencia del querer sobre el poder y la
acción como estÃmulo.
No hay tiempo que perder. Los cementerios están llenos de intenciones.
Luego no podrás quejarte de que viviste una vida falsa y que tus hijos estén aborregados, conducidos por
ese apagón de las conciencias, por un
mundo mezquino que sólo les procurará infelicidad. Nada nuevo y mucho menos clásico.