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LOS LODOS DE LAS NAVIDADES

#Contagios #terceraola #actualidad

20/01/2021
 
Le hemos dado mil vueltas y seguimos dándoselas. El virus acosa nuestras vidas, pero la sombra de nuestros actos fulmina nuestra esperanza. No se puede concebir que un asunto de salud pública esté en manos de la ciudadanía y que los políticos jueguen a su antojo, a debida cuenta de nuestra naturaleza (de la cual no podemos huir ni agenciarnos una nueva), a encerrarnos, confinarnos por el deleite de nuestros actos que no son más que el descoque colectivo, la sinrazón, el consumo, la lucha feroz por vivir, a toda prisa, quizás, pero dejando atrás el reguero de la irresponsabilidad y de la falta de un objetivo común que nos revitalice a todos, que buena falta nos hace.

Las Navidades han dejado sus lodos y aquí los tenemos en cifras de contagios que suben escalonadamente cada día. Y es que frente al hartazgo hacia el virus también está ese momento de relajación que nos procura lo entrañable, lo cotidiano como si el mundo no nos hubiera cambiado desde que nos cambiaron el mundo.

Si todo el mundo entiende que salud y economía deben coexistir en una lucha por ganar tiempo y conseguir una masiva vacunación en la población, ¿para qué narices suavizan las restricciones durante el periodo navideño cuando habíamos conseguido bajar los contagios un 75% en Andalucía? ¿A qué viene permitir la movilidad, abrir los espacios en el territorio nacional? Entiendo que exista una presión social para que facturemos, pero no podemos facturar a costa de tan alto precio. ¿Y ahora qué? ¿volvemos a meternos en el agujero a ver venir las orejas al lobo?

Seguimos en un país sin gobernanza, sin timón ni puerto cierto. El actual Estado de las Autonomías no ayuda a concretar la manera de salir de esto porque los criterios ideológicos imperan por encima de nuestros verdaderos intereses: la salud y el bienestar, la puesta en marcha de un plan de acción que edifique el futuro y nos remonte a golpe de esfuerzos a una situación más tranquilizadora, al menos donde el llamado “ principio del fin” sea una realidad y no lo que es, la retórica de un discurso que no cree nadie, que sólo vende papeletas y el confort de sillones que no se sienten amenazados por este distópico tiempo que vivimos.

No hacía falta ser muy previsor para darse cuenta de la que nos venía encima. Y oír ahora a Fernando Simón decir “ya sabíamos lo que iba a pasar si nos divertíamos más de la cuenta” me enciende, me cabrea. ¿Quién debe tomar aquí las decisiones?, ¿es mejor repartirse el bacalao y que salga el sol por Antequera?

Tener un enemigo invisible común a todos es una ventaja competitiva para cualquier gobierno, aunque este enemigo sea ya corpóreo, casi carnal en nuestras vidas. Se ha llevado a casi 2 millones de personas en el planeta y sigue catapultándonos a la miseria y a una incertidumbre que será difícil de superar en algunos años.

Ahora las UCI se desbordan y el colapso sanitario parece una amenaza evidente ante esta tercera ola. ¿Por qué no aprendemos de una vez por todas? Ya no somos tan inexpertos, tenemos cierto recorrido desde el inicio de la pandemia, sofocamos el primer tirón con un estado de alarma en nuestros domicilios, con esa capacidad de sorpresa que la vida nos da cuando juega una carta tan desconocida como inverosímil.

¿Qué coño teníamos que celebrar estas Navidades? Si la mayor parte de la gente cumple con las restricciones, aunque todos paulatinamente tengamos una cierta tendencia a relajarnos: ¿qué ha ocurrido?, ¿acaso no se sabe?.

Este virus viene servido para que una minoría pueda reventar la disciplina de muchos. Y criminalizar ahora a la hostelería de estos altos picos de contagio es realmente insano y falso.

Somos nosotros, esa minoría que se la trae al pairo, los jóvenes que fortalecidos por su edad creen no poder terminar atados a un respirador, que parece que la muerte ha puesto precio a ancianos y a personas de mediana edad, con patología si cabe y que en esa ruleta la inconsciencia juega un papel determinante en el curso de los acontecimientos.
Y no olvidemos los centros educativos, a pesar de la labor plausible que desempeñan, sin ratios en las aulas y con las ventanas abiertas para ventilar el sinsentido que no se lleva.

En definitiva, desaprovechamos nuestros esfuerzos y las pequeñas batallas que ganamos porque perdemos la perspectiva. Es como retornar a la casilla de salida, pero además más jodido, más desgastado, eso si no te ha tocado el virus de cerca y has enterrado a algún ser querido sin poder darle la mano.

Parece que nos olvidamos de la tragedia, de esta cruda realidad y que vivir es el tren al que hay que subirse sin tener en cuenta la próxima estación.

Hay responsabilidad política en todo lo que está pasando, en el mapa geopolítico de nuestro país, pero, sobre todo, son nuestros actos, esa alegría de vivir que nos lleva al precipicio, a la pesadilla incesante, al triunfo de la soberbia por encima de la razón.
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